Apenas la mitad de la capacidad instalada industrial está en funcionamiento y casi 140 mil puestos de trabajo del sector se perdieron en estos años de economía macrista. Mientras que se quejan de la situación, el establishment industrial reclama más ajuste neoliberal, cuyo saldo es la desindustrialización.
La política económica neoliberal tiene como uno de sus previsibles resultados la desindustrialización. El caso argentino ofrece la paradoja de que grupos industriales tienen el gen ortodoxo en la concepción económica, ideología que perjudica al sector en su conjunto. Esta aparente contradicción se puede explicar en que algunos de esos conglomerados terminan consolidándose en las crisis por un proceso de absorción y concentración, mientras que otros terminan vendiendo la empresa si antes no quiebran, destinando gran parte del capital obtenido a la fuga hacia el exterior y otra parte a adquirir campos para volcarse a la actividad primaria exportadora o dedicándose a negocios en el área de servicios. Unos y otros coinciden en ser firmes promotores de las ideas económicas ortodoxas, como las que expresa y despliega el gobierno de Macri, fundamentalmente por una cuestión clasista, aunque sus resultados terminen afectando su propia actividad.
El otro aspecto notable es que, en el proceso de desindustrialización, como el actual, dirigentes industriales son críticos de los efectos negativos sobre el sector, pero son los primeros promotores de ideas neoliberales, como el ajuste regresivo en el gasto público, las reformas laboral y previsional y la eliminación de subsidios a tarifas de servicios públicos. El economista Ricardo Aronskind hizo una precisa descripción al respecto en su cuenta de Twitter: “Muchos empresarios conocen muy bien cómo funciona el sector de actividad de su empresa. Muy pocos empresarios entienden bien cómo funciona la economía del país y cuáles son los motores del desarrollo. Y, como no saben, tienden a creerles a los neoliberales, que les venden seriedad”.
Verdugo
El desarrollo industrial, como el que propone la heterodoxia, con una estructura social alterada por la irrupción del peronismo a mediados del siglo pasado, arrincona a esos empresarios a enfrentarse a una pauta distributiva progresiva que no quieren convalidar. La reacción frente a esa posibilidad es apoyar proyectos políticos desindustrializadores, como lo estuvieron haciendo en estos años con la administración Macri y ahora militando la reelección del verdugo de la industria.
Con esa aparente confusión a cuestas, evalúan que el eventual regreso a la Casa Rosada de una fuerza política que denominan despectivamente “populista” sería un retroceso, y confían entonces en que la alianza Cambiemos habría aprendido de los errores de estos cuatro años y emprendería en su segundo mandato un ajuste que no supo o no quiso hacer, lo que les permitiría recuperarse. Es ingenuidad, ignorancia o simplemente anteojeras ideológicas que, con una subjetividad colonizada por la secta de economistas neoliberales o por fanatismo ideológico, termina legitimando política, económica y socialmente un sendero económico que es devastador para la actividad industrial.
En muy breves períodos políticos, esa fracción del establish- ment ha tolerado políticas heterodoxas, que coincidieron con la necesidad de recomponer su tasa de ganancias muy castigada por la crisis. Así fue en los años posteriores al estallido de la convertibilidad: los cuatro años del mandato de Néstor Kirchner. Cuando se recuperaron y la puja distributiva, alentada por ese gobierno, empezó a cuestionar esos niveles de ganancias restaurados, volvieron a navegar por el cauce de la ortodoxia.
Hegemonía
La actual crisis de la economía macrista debería impulsar al mundo industrial a repetir el comportamiento de esa primera etapa del kirchnerismo, de acuerdo a los abultados resultados negativos que reflejan balances de grandes grupos industriales. Sin embargo, pese a las tensiones existentes al interior del poder económico, no está habiendo esa reacción en forma tan clara y, por el contrario, muchos de ellos han reafirmado en estas semanas el apoyo a la fuerza política que con su gestión de la economía le ha provocado importantes quebrantos. Pérdidas generadas por la megadevaluación, que ha aumentado en forma sustancial la carga financiera por la deuda en dólares acumulada, y por la destrucción del mercado interno, que ha significado una brusca caída en las ventas.
El Grupo Clarín, como conglomerado económico, no simplemente como un diario, lidera ese posicionamiento del establish-ment, que no manifiesta mucha resistencia frente al industricidio. Ejerce la hegemonía al interior de la fracción del capital de origen local, con cada vez menos competidores arrastrando al conjunto hacia su cosmovisión política y económica. La decisión estratégica de los accionistas de Clarín es entendible en función a su propio negocio, puesto que se ha consolidado en el sector servicios de telecomunicaciones al absorber Telecom (Internet, tv por cable y telefonía, además de productora de contenidos periodísticos). La fase descendente del ciclo económico no lo afecta tanto en el nivel de actividad –vale tener en cuenta que ejerce posición dominante–, y sólo el descontrol financiero del macrismo que derivó en una megadevaluación lo impactó en el renglón de la cuenta financiera del balance por la deuda en dólares contraída.
El proyecto desarrollista, que implicaba fortalecer la base industrial del país y del que fue promotor en la década del ‘60 y ‘70, hoy no es necesario para el plan de negocios del Grupo Clarín. El neoliberal, con predominio de las finanzas internacionales y crecimiento de los servicios, encaja en su propia estrategia de expansión. Supone, de acuerdo a lo que expone diariamente a través de sus diversos canales de expresión, que estaría en riesgo en un gobierno “populista”. Por eso, además de la venganza por el atrevimiento de CFK de impulsar la ley de medios cuyo objetivo era desmonopolizar, el fomento de la grieta, con un elevado grado de violencia simbólica, forma parte de la base de su esquema de negocio. Exacerbación que lanza a la sociedad a una especie de “guerra civil” de baja intensidad, donde se repudia y pretende suprimir cualquier expresión política, social y cultural asociada con la letra K.
Lectura
En estas circunstancias críticas, por la debacle de la economía macrista, predominio de la concepción ortodoxa, el acelerado proceso de desindustrialización y la consiguiente modificación de la estructura del poder económico, es muy útil retomar lecturas de textos de Jorge Schvarzer, uno de los más lúcidos estudiosos del proceso industrial y de desarrollo argentino. En uno de ellos, “La industria argentina en la tormenta de los ‘90”, afirma que “el discurso antiindustrialista caló muy hondo en los empresarios locales, que perdieron su imagen autoasignada de dignidad”.
Schvarzer apunta que en el imaginario social, la industria pasó a convertirse en culpable de los problemas argentinos y comenzó a ser vista como proveedora de bienes de baja calidad, cuyos precios se mantenían elevados pese a los abultados subsidios recibidos. Para sentenciar que esa perspectiva afecta el comportamiento de los empresarios; el contexto social hostil a su actividad repercute en actitudes y políticas públicas en el sentido inverso al que observaba Gershenkron como elemento dinámico del progreso.
La referencia a este economista ruso, crítico del marxismo, que en la década del ‘20 del siglo pasado se fue a Suiza y luego a Estados Unidos, se debe a que su principal contribución a la economía fue la elaboración de un modelo de desarrollo económico tardío. Sería el caso argentino. La hipótesis central de Gershenkron es que el atraso económico relativo puede jugar un papel positivo dado que induce a la sustitución sistemática de los supuestos prerrequisitos para el crecimiento industrial. O sea, se generan condiciones para saltar etapas tradicionales del desarrollo. Para ello, la intervención estatal puede compensar la inadecuada oferta de capital, trabajo calificado, capacidad empresarial y tecnológica.
En línea con ese razonamiento, el predominio de las ideas de la ortodoxia en el mundo empresario argentino fue un obstáculo para aceptar un Estado intervencionista para avanzar y saltar etapas del desarrollo. Se abriría esa oportunidad con un cambio de gobierno de signo político diferente al actual.
Schvarzer menciona que varios grupos que habían experimentado un rápido crecimiento como industriales, merced al impacto de las políticas de promoción, tendieron a reconvertirse hacia las actividades de servicios. Señala que a medida que los intereses de esos grupos se diversifican, se reduce el peso de la actividad productiva en el conjunto de sus negocios en beneficio de aquellos más ligados a prestaciones de carácter monopólico o bien dirigido a atender la demanda más o menos cautiva de sectores de altos ingresos. Dice además que “las fábricas subsisten pero ya no ocupan el centro de atención de sus propietarios; están más interesados en otras actividades alejadas de la producción”. Para luego realizar una aguda observación: “Resulta sugerente en este sentido el espacio que dedican las revistas locales de economía y negocios a relatar la historia de nuevos empresarios, que crecen y se enriquecen en actividades no fabriles, y hasta directamente opuestas a la industria -como la importación- frente al escaso o nulo interés dedicado a situaciones –poco visibles, si las hay– de empresas industriales exitosas”.
Una elite antiindustrial
En noviembre de 2017, la industria utilizaba en promedio el 69,2 por ciento de su capacidad instalada. Fue el valor más elevado del ciclo neoliberal iniciado en diciembre de 2015 con el gobierno de Mauricio Macri. El último dato oficial proporcionado por el Indec muestra que ese indicador ha descendido a 57,7 por ciento. Esa diferencia de 11,5 puntos porcentuales es reflejo de la desindustrialización macrista. Este saldo se reconoce en la política neoliberal aplicada en estos años: apertura importadora, tarifazos, tasas de interés reales altísimas, orgía financiera de endeudamiento externo, megadevaluación, reducción del ingreso disponible en la mayoría de la población y la consiguiente depresión del mercado interno, más la desarticulación de regímenes de promoción vía impositiva y/o financiera y el desfinanciamiento de organismos del Estado vinculados al apoyo técnico a la industria como el INTI.
Pese a que fue escrito pensando el largo ciclo neoliberal iniciado a mediados de los setenta y que estalló en el 2001, ese texto de Schvarzer encaja a la perfección con el actual proceso de desindustrialización. Dice que la evolución de estos años (se refiere a los noventa) sólo puede explicarse por una combinación de factores ideológicos, económicos y sociales que llevaron a este resultado. Indica que no todas esas causas tienen la misma importancia pero su suma resultó un obstáculo formidable en el camino de la industria. Para explicar que una primera causa es la añoranza de la clase alta tradicional por el pasado de riqueza que el país gozó durante el largo periodo de explotación de las ventajas comparativas del área agropecuaria. Señala que ese grupo social no aceptó nunca, y tampoco puede imaginar, que tal riqueza provenía de la prodigalidad de la naturaleza mucho más que de la presunta habilidad de sus ancestros. En cambio cree con firmeza que debe volverse al sistema que imagina como de economía abierta, exportación de productos primarios e importación de bienes industriales, aunque acepte con tono moderno ciertas modificaciones menores al modelo extremo. “La apelación continua a ese pasado imaginado como glorioso cimenta sus convicciones y afirma su unidad social”, sentencia Schvarzer.
Como si estuviera presente y hablara de la economía macrista, afirma que “ese proceso llevó a que la industria quedara huérfana de sus antiguos soportes; hoy no tiene protección del mercado interno, ni promoción oficial, ni ningún sistema de incentivos a sus proyectos y actividades. El ajuste, más la decisión de modificar de raíz la economía argentina, dejó poco o nada en pie de la antigua estructura; en lugar de corregir y adecuar la función de un sistema que no cumplía bien su función, se optó por eliminarlo”.
Acelerar la desindustrialización es la propuesta de Macri para su segundo mandato, que se deriva de su promesa de profundizar el actual ajuste ortodoxo. Ajuste que sería caótico porque se aplicaría en un escenario de crisis de la deuda y elevada inflación, ambos factores que se realimentan mutuamente. Es el proyecto de país que, por ahora, apoya un sector relevante del establishment industrial. La evidencia de los costos elevados de este sonoro derrumbe puede que lo induzca a modificar el aval al industricidio.
Alfredo Zaiat.
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