Macri y la ineptitud.


Macri no tiene mucho que envidiarle a De la Rúa como capitán de tormenta. Mayo de 2018 trajo las nubes de 2001 que, se sabía, llegarían más temprano que tarde. Pero ¿tan temprano? La luz al final del túnel de Michetti era, en efecto, la locomotora que venía de frente. No sólo la corrupción, las condonaciones fraudulentas y la enorme evasión impositiva en guaridas off shore derrama la dirigencia PRO que gobierna el país sino que los argentinos miran absortos cómo el desgobierno de Cambiemos permite, devaluación mediante, que  le metan la mano en el bolsillo con total impunidad. 

La corrida ugente de Dujovne al Fondo Monetario Internacional es desesperante en la víspera. Un ajuste del gasto público de 300 mil millones de pesos en 18 meses, el aumento de la edad jubilatoria, el despido de miles de empleados públicos (nacionales y provinciales), la paralización de obras de infraestructura, el salto de la inflación a niveles del 30%, la suba de la desocupación hasta los dos dígitos, el barrido de derechos básicos de los trabajadores, la desaparición de miles de pymes, la caída acelerada del poder adquisitivo del salario, merma de jubilaciones y las asignaciones de la seguridad social, el fuerte incremento de las tasas de pobreza e indigencia, entre otras calamidades, son “el mal menor” por el que se inclinó el Gobierno PRO al buscar un acuerdo con el FMI, frente a la crisis que hunde a la Argentina. 

La otra alternativa es no aceptar las condiciones del FMI y marchar directo al corralito; Macri no lo dijo en los tres minutos que dedicó a explicarle a la ciudadanía el colapso al que condujo la política económica de Cambiemos.

La fuga de los capitales especulativos de los que vivió el Gobierno durante dos años y medio y el cierre de los mercados internacionales que le compraban los bonos de la deuda por más de 100 mil millones de dólares terminaron por exponer en carne viva la inconsistencia del modelo neoliberal que conduce el país desde diciembre de 2015

El Plan A, que era vivir de prestado del sector privado a costa de una carga desquiciada de intereses, se ahogó en su propio jugo. Ahora viene el Plan B: subsistir con el pulmotor del FMI, dependiendo del humor de Estados Unidos, especialmente, y demás potencias mundiales, que le dirán a la Argentina qué puede hacer y qué no, hasta dónde puede desarrollarse y hasta dónde será el mercado abierto para sus industrias. La pérdida de soberanía económica al lanzarse al “salvavidas” del FMI es otra de las consecuencias, quizá de las más graves, que deja la experiencia del mejor equipo de los últimos 50 años, por el obstáculo que ello implica para buscar alternativas enfocadas en el interés nacional en lugar de los dictados del establishment financiero. La debilidad para aceptar condiciones de esos capitales que ya tiene la Argentina será dolorosamente más acentuada si prospera el stand-by con el FMI. Vendrán las frases de que si no se cumple tal exigencia el Fondo no aprobará el desembolso, y que si no se aprueba tal ley tampoco, en una rueda que solo puede terminar mal.

El éxito del Gobierno será sostenerse mientras aplica el plan que se escribe en Washington, en las oficinas de la nueva ministra de Economía, Christine Lagarde. Durán Barba y la posverdad se enfrentan ahora a su mayor desafío: lograr que los argentinos acepten ese destino, así como aceptaron mansamente quedarse sin computadoras para sus estudiantes, sin el fútbol para sus millones de fanáticos, con tarifas de servicios públicos dolarizadas, sin cobertura para miles de discapacitados, sin remedios del PAMI para millones de jubilados, con los combustibles más caros de la región y, sobre todo, sin que se les pase por la cabeza que sería mejor volver a cobrarles retenciones a los terratenientes y a las mineras, reinstalar el impuesto a la riqueza en los niveles que existían antes de la rebaja de 2016 y tener la más mínima consciencia de clase para una distribución progresiva del ingreso. “Sí se puede”, volverá a machacar Macri. “Ustedes me pusieron acá”, les dirá, como el día en que bailó en el balcón de la Casa Rosada.

Entre tanto, los depósitos en dólares cayeron en 290 millones entre el miércoles 2 de mayo y el miércoles 9, según los últimos datos disponibles en el Banco Central. En el medio de esos días turbulentos la autoridad monetaria produjo la tercera suba de la tasa de interés en una semana, hasta el 40 por ciento, y amplió el sacrificio de reservas a más de 7000 millones de dólares. El miércoles Macri comunicó el llamado a Lagarde para pedirle el socorro del FMI, en un nuevo manotazo de ahogado que terminó de blanquear que el Gobierno no tiene idea de cómo sobrellevar la estampida cambiara. Está dispuesto a someterse a medidas extremas con tal de evitar que la crisis se acelere hasta provocar pánico entre los ahorristas. Por ahora los números muestran que la reducción de depósitos fue escasa, si se tiene en cuenta que el total de depósitos en moneda extranjera ascendía el 9 de mayo a 26.277 millones, 288 millones menos que los 26.565 millones del 2 de mayo. Esas cifras, a pesar de la caída, están por arriba del promedio de depósitos de abril, que se ubicó en 26.193 millones. Sin embargo, la aceleración del aumento del dólar en los días que siguieron horadó la confianza de los ahorristas con igual intensidad, como pudo comprobarse en bancos de capital extranjero, nacional y públicos, donde se formaron filas para retirar los billetes verdes. En varios de ellos hubo que discutir bastante para vencer la resistencia a entregar las divisas.

Los depósitos en dólares se hundieron a un mínimo de 620 millones en diciembre de 2002, un año después del estallido de 2001, y de ahí fueron progresando hasta los 14.800 millones en octubre de 2011. A partir de entonces, cuando se impusieron las regulaciones para la adquisición de divisas, a fin de evitar una sangría que generara una situación de stress cambiario -aunque las corridas de todos modos fueron moneda corriente-, se bajó a un nivel de entre 6500 y 7500 millones en los años siguientes. En enero de 2015 había 7400 millones, para empezar a subir hasta los 9300 millones en diciembre de ese año. Con el macrismo, ya sin ningún tipo de traba -incluso en agosto de 2016 se eliminó la última restricción, que era un tope mensual de 5 millones por persona, lo que favoreció a las grandes fortunas del país-, los depósitos en dólares crecieron hasta los 21.500 millones en diciembre de 2016, los 25.700 millones en diciembre de 2017 y un máximo de 26.565 justamente el 2 de mayo último. Es decir que pese a la corrida cambiaria que ya lleva más de dos meses, los depósitos se mantienen en sus máximos históricos, con una leve declinación.

El ejemplo de Grecia, que sigue padeciendo los planes de ajuste del organismo a nueve años de su primer “rescate”, muestra con claridad lo que significará para el país la puesta en marcha de este nuevo Plan B de Macri.

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