El fin de la ingenuidad.


Todos los gobiernos tienen sus ensoñaciones, sus visiones de época. Sobre el final del kirchnerismo catalizó el “nunca menos”, una convicción sobre la nueva conciencia popular en el carácter relativamente irreversible de algunos derechos económicos y sociales recientemente adquiridos. La perspectiva condujo a un error de diagnóstico casi adolescente –el de quien ve los problemas por primera vez– sobre la alta conflictividad social de una restauración conservadora. Allí estaba como ejemplo la columna vertebral del movimiento, que se plantaba firme en las demandas de segunda generación, como la suba del mínimo no imponible de Ganancias, frente a un gobierno que se había definido como “no neutral” en favor de los trabajadores. En consecuencia cuando se imaginaba, casi como el ejercicio de un horror imposible, el devenir de un potencial gobierno neoliberal, se describían inmediatamente las restricciones fácticas que enfrentaría, como la resistencia social de los “empoderados”, una vara que se ponía muy alta gracias a la que, se suponía, sería la reacción de los trabajadores y sus organizaciones.

Pero la salida de la ingenuidad adolescente fue violenta. La ficha cayó cuando, ya con el nuevo gobierno, los actos de protesta comenzaron a hacerse lejos de Plaza de Mayo o encorsetados en diagonales. La dirigencia sindical se endureció, pero de oídos. Fue sorda al “ponele fecha…” y olvidó rápidamente sus corridas para escapar del enojo de sus propias bases. La resistencia sindical resultó inversamente proporcional a la caída de salarios. La disciplina de la suba del desempleo fue más efectiva y potente que cualquier aumento reciente de la conciencia de clase. El país heredado no fue incómodo para los dirigentes y el oficialismo, conocedor del paño, porque fue certero negociando a dos puntas: billetera y carpeta, recursos financieros o Poder Judicial.

Claudio Scaletta, Página 12.

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