El totalismo macrista.


A diferencia del totalitarismo, el totalismo macrista no es un orden estricto y macizo, es el vaciamiento de república, democracia, pluralismo y ley con ideas “flotantes” y huecas. A partir de las memorias políticas de un militante de los 70, Horacio González hilvana los hilos de la ideología Cambiemos.


Días pasados, revolviendo el cajón de recuerdos, apareció en una conversación el caso de la elección de Merlo en el año 1973. Un memorioso de aquella época, antiguo militante, recordó que el peronismo no pudo presentar candidatos, por lo que triunfó el radicalismo con no más del 10 por ciento de los votos, mientras los votos en blanco no fueron menos de 80 por ciento. Pueden variar las cifras, pero esta anécdota tan sugestiva, se compone también de otro elemento. Las listas del peronismo eran tres y no se pusieron de acuerdo hasta luego de cerrada la presentación ante las autoridades electorales. Se dice que el aún exilado Perón, opinó que la situación no le venía mal. “Hay que dejarle algo al Doctor Balbín”. Este relato, cuyo autor es un viejo militante que lo escribirá en un libro de memorias, puede ser visto a luz de los actuales acontecimientos electorales. Por supuesto, no sería adecuado pensar la política como un sistema de repartos, dónde el que se sabe poseedor de la porción más fastuosa, resigna un pedazo menor para el balance y el equilibrio del sistema que él mismo dirige.

No obstante, este sistema lineal, sumatorio y acumulativo de mero reparto parece regir ciertas zonas persistentes de la vida política. Tomada ésta en serio, sólo puede ser la manera de evadirse de tal reparto, o sea, debe consistir en lo contrario; no ver una superficie lisa ni ir cortando porciones para todos los “jugadores”, tomando una terminología que carga con una pobre metáfora de actualidad. Pero en este caso, se tolera una fracción disidente de todo el espectro político por quien lo controla –o por así decirlo, lo hegemoniza-, lo que sería una de las variantes democráticas o de alternancia, también denominada de “turnos”, en el ya olvidado lenguaje del “Doctor Balbín” de la referida anécdota.

La idea de un sistema totalista no significa necesariamente invocar la saturada idea de totalitarismo, que procede con unidades sofisticadas de antemano, inmovilizadas constitutivamente por la ley implícita de la relación líder-masas. El totalismo parte en cambio de un vaciamiento, no de órdenes macizos, armados con las ideas “flotantes” de república, democracia, pluralismo y ley. Pero con la condición de vaciarlas por dentro. Las convierte en su contrario, pero las sigue utilizando a través de un “como si”. Salta a la vista la precariedad de este sistema, basado en la aniquilación de la vida política abierta, siempre repleta, si es bien entendida, con las fisuras que ella misma produce. Ante la inexistencia deseada de esas fisuras, el totalismo encuentra un punto de dificultad insuperable. En este caso, el macrismo no ensayó destinar un fragmento sobrante al “Doctor Balbín”, para seguir con este ejemplo, aunque muchos que han invocado al mencionado político, son parte ahora de la acción de asfixia de todo el abanico político. ¡Ellos encarcelan! Lo que sí hizo es prepararse a una gran deglución, la forma estomacal del totalismo político.

Es que primero operan con diversos recursos de negación del pasado, naturalización de la política, ilusoria separación de las funciones de gobierno respecto a la multitud indiferenciada, supuesta diferenciación interna de la multitud en individuos recortados según sus deseos o sus méritos (concepto que forja intolerancia o servilismo), anulación del derecho como una discurso relativo a los entes colectivos, para volcarlo en una pseuda construcción del individuos capaces de desmembrarse técnicamente en la paradoja de ser su propio rostro y sumarse indiferenciadamente a los demás. “Vamos juntos”, se los tironea. Todo esto se hace a través de grandes construcciones icónicas, imágenes de gran nitidez que dibujan rostros a los que se les carga una diferencia, la igualdad con el rostro de los gobernantes, aplicándoles el mismo plano, y una diferenciación radical cuando el sistema de gobierno debe basarse en demoler cotidianamente esa ilusión.

Las redes de la ilusión son creadas al mismo tiempo que desmanteladas. Los ilusionistas comenzaron a pronunciar la palabra “mafia” como un resumen dicotómico que nunca podrá excluirlos del todo. Cada cosa que hacen en nombre del beneficio universal, se superpone estrictamente con un motivo contrario que no puede explicarse sin acudir a un develamiento o a la posibilidad de pensar que su lenguaje está hecho de una arpillera populista que oculta lo que realmente piensan. Se condenan las mismas cosas que exceptúan de sí aunque son sus principales portadores, se repudia aquello mismo que se es, se arrojan sobre el terreno adverso las culpas propias y se castigan los sobrantes de toda acción humana en nombre de una utopía opresiva de carácter contable. Pues cada uno es un número, un yo computable, una grafía escaneada por cualquier agencia del Estado. Este “individualismo” permite el reglamento, el protocolo, la represión y el control de la vida.

De ahí que el macrismo adquiere un carácter expansivo, pues no exige una identidad política declarada fuera de atributos de color, maneras de viajar, ciertas frases selladas por el lechoso régimen de autoayuda. Ejemplos característicos son las bicicletas amarillas no tomadas por su utilidad en el transporte de personas, sino porque las personas que se movilizan en esas simpáticas máquinas de dos ruedas, son propagandas vivientes del régimen. Operan en el plano de la sensibilidad óptica y con el modo de usufructo infantil de la ciudad, encubriendo su carácter de urbe con todos los síntomas coactivos de las grandes metrópolis, cada vez más notorios. El totalismo macrista desde luego se compone de ciertos signos de impregnación que poseen alta capacidad de disolverse en la vida cotidiana. Su publicística no abandona la difusividad intensa de un color, el amarillo, que es el del gobierno y a su vez el de una etérea fuerza política, fantasmal. Las estaciones del metrobús también se pigmentan de esa colorística, que pasa a ser una paleta de colores que en su ingenuidad en el registro de las gamas que van del blanco al negro, representa ahora la intensidad de un hechizo lumínico. No es el rojo, ni el azul y blanco, ni la franja morada, todos colores que están en su sitio en el arco iris naturalista. Este es un flujo que identifica como una mancha aceitosa que se transfunde con el ciclista, el pasajero, el conductor de un taxi, el oficinista de turno, el bombero de guardia o el diariero de la esquina. Se les quita derechos al obligarlos a ser cuerpos involuntarios de una publicística oficial.

En el “todos son peronistas” de Perón se abrigaba una voluntad contenedora irrestricta, pero de carácter irónico. Hay que reexaminar esa frase, que sobrevolaba sobre una entidad mayúscula, que era la divisoria entre peronistas y antiperonistas, durante varias décadas marcada con distintos niveles de intensidad. La “unidad” quedaba siempre como un deseo de poseer el tramo más suculento de la escisión. Así, también leemos en las conferencias de Perón del año 51, “en toda negociación hay que aceptar partir en mitades el interés en disputa; sólo hay que tratar de quedarse con la mitad más importante”. Difícil definir qué se quiso decir, cómo evaluar cuál de las mitades de una totalidad es la más importante. Pero en esa evaluación, de hacerse adecuadamente, reside el componente obstinado e irreductible de la política.

Han pasado muchos años. Ahora el macrismo actúa un símil de aquel sobrevuelo. Hay peronistas macristas, radicales macristas, y en otras fuerzas políticas, también los hay. ¿De qué se trata? Cierto que hay macristas de la primera hora, pero venían del radicalismo, frigerismo, del conservadorismo, de la democracia cristiana derechizada, de algunas ONGs, de centro de estudios de las pastorales del alma que disfrazan de espíritu a la política en tanto mercancía, a la crudeza en estado puro disimulada en una etérea felicidad de “nuestros abuelos protegidos” o de “nuestros niños para que no los robe la mafia”.

Peronistas-macristas hay desde los orígenes del macrismo, dominaban circunscripciones de la Capital; entablaban relaciones variadas con las villas y lugares donde reside la precariedad mayor. Un cortinado comenzaba a correrse, lo inubicable que crecía por dentro y por fuera comenzaba a exponerse. Con el tiempo vinieron las estatuas de Perón, el Momo Venegas, el bombo del Tula, las citas del Congreso de la Productividad de 1955, las alianzas parlamentarias. El jefe de la bancada macrista de diputados, un peronista. El jefe peronista del senado, un macrista. Peronistas en el gabinete de Vidal. Creación así de un rara avis, el macrismus-peronismus que debería figurar como fauna escogida para sustituir a Sarmiento en los billetes de 50 pesos.

Esto no quiere decir que Macri se haya peronizado. Quiere decir que en la brutal caída de los andamiajes políticos, con sus heráldicas y cánticos establecidos, se estaba iniciando una era opcional y facultativa para las definiciones de tal o cual identificación política. Se podía ser peronista en el macrismo, y además de estar permitido, se lo promovía. El macrismo, colector magno sin historia, un “José López” con casco amarillo que recauda las almas migrantes del peronismo, obliga a borrar historias anteriores pero no solo permitía, sino que reclamaba que se conserve el nombre.

Allí van, pues, los peronistas macristas, lo que lo son por cálculo electoral, los que los seguirán siendo, los que creen que es algo pasajero, que serán la alternancia o que el macrismo será la alternancia de ellos. Lo que sea: el macrismo aparecería como su propia alternancia, convertido en un soplo espiritual que recorre el país como un espectro pero ávido de materia, de Lebacs, de Farmacitys, de blanqueo de capitales, de una cadena de comunicadores que regulan el arte estatal de la denuncia no como fórmula de veracidad judicial sino de producción de un nuevo dominio transpolítico basado en la invención científica de peritajes imaginarios. Todos estamos peritados por este nuevo totalismo. Pueden hasta llamar rebelión al macrismo, palabra con sonoridad de izquierda que el macrismo aprendió a manejar para cumplir con su ética de derecha. Esa general inversión de significados, tomar consignas revolucionarias, pronunciar fraseologías talladas por viejas insurrecciones pero vaciarlo todo por dentro como en los museos arqueológicos, esa es la semántica de la retroversión macrista. Nietzsche, Perón, Frondizi y Napoleón, como en la vidriera de los cambalaches, son macristas. Muñecos rellenos de paja, fragmentos embalsamados, la simpática mafia de los relicarios.

En este cuadro se anuncia una disputa futura en el seno del peronismo por el único sector destacable por su caudal electoral, que justamente es el que no puede ser absorbido por el macrismo y sus “viaductos” peronistas. Cristina ha dicho no ser kirchnerista sino peronista, frase que tiene un valor electoral indudable, pues se dirige a detener el florilegio peronista que ya derramó sus arcaicos elixires en el odre macrista. Pero esto plantea diversos problemas que no vamos a dilucidar aquí, que deberán dar por resultado una discusión sobre los nombres de la historia. Y cómo se desglosan en identificaciones que se van burilando con el tiempo, pierden sus señales de identificación o su vocabulario, y aprenden otro, con el nombre antiguo o siguen hablando igual, pero al servicio de lo contrario de lo que ciertas palabras acostumbraban a decir.

Será una discusión que sin duda exigirá de todos un respeto por memorias, una observancia melancólica de rituales y también el paso necesario a dar para desprender de este circuito de migrantes los subsiguientes tiempos, que deberán ser de restitución de nuevas apelaciones asociativas. A los que les gusta llevar un nombre falso o la forma falsa de un nombre, no se les puede confiar el horizonte que sintetice las historias de esta época. Entonces será evidente que contra todos los totalismo autoritarios, kirchenrismo, peronismo y otros nombres provenientes de todos los programas trasformadores de los tiempos recientes y pasados, deberán ser puestos sobre el balancín de los nuevos Auditores de la Historia.

Horacio Gonzalez.

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