“...Exponente de este siglo, expresión de este momento,
su chatura es el “standard” que circula en la babel.
Por adentro es un vacío, por afuera un monumento
retocado por la moda con un golpe de pincel.
Prototipo de mediocre, sin ideal ni sentimiento,
y arrastrado por los vientos como un trozo de papel.”
Tango Gato, Homero Manzi, 1937
Es una certeza que los avances del gobierno encabezado públicamente por Mauricio Macri durante su primer año fueron modestos. Propios, extraños y sobretodo extranjeros esperaban más. Durante el primer año de gestión los indicadores económicos mostraron una continua caída de la producción industrial, de la construcción y del consumo; una abrupta suba del costo de vida a raíz de los tarifazos en servicios públicos y combustibles, un drástico aumento de la inflación (42%) y una devaluación que superó el 50%; la pérdida de más de cien mil puestos de trabajo y el cierre de más de 6.000 comercios, sumado al exponencial e inédito crecimiento de la deuda externa.
Más allá del previsible reseteo macroeconómico y simbólico, durante ese año, temerario año 2016, el gobierno encabezado públicamente por Macri abusó de la contramarcha y la tachadura, consecuencias de la improvisación, prima de la inexperiencia. Esto se vio en distintas áreas ministeriales pero donde se plasmó con más claridad y contundencia fue en el ámbito de la seguridad y, más allá, en el apéndice de la conflictividad social.
Sabiéndose sin historia ni tradición ni estructura política y ejecutante de una política económica sustractiva y concentrada, el gobierno encabezado públicamente por Macri constituyó junto a los medios de comunicación hegemónicos y a través de las redes sociales una poderosa usina discursiva como fundamental herramienta de choque contra una cruda realidad.
En ese marco, con la iniciática pretensión de mostrar firmeza y autoridad, las usinas oficialistas propagaron irreductibles amenazas revestidas de convicción apuntadas al control de la calle. Las fuerzas de seguridad serían taxativas respecto al orden del espacio público y para ello se ajustarían a un protocolo antipiquetes publicado y multiplicado en detalle, incluso con tolerancias máximas estipuladas en minutos.
Las protestas y los piquetes no cesaron y se esperó – en vano - la aplicación del protocolo tan anunciado. En este aspecto, como en ningún otro, el gobierno de Cambiemos fue al sondeo, al tanteo, arrancando en reversa ante cualquier escenario de conflictividad. No hace falta revisar la historia para evaluar el costo político de la “muerte estatal” en Argentina. El juez Eugenio Zaffaroni alertaba en los primeros meses del gobierno macrista sobre el peligro y la inminencia de muertes en protestas.
Así como los invasores ingleses acertaron en su decisión de abandonar las aspiraciones y gastos militares para tomar el mercado porteño desde 1810, el gobierno de Cambiemos optó por archivar el beligerante protocolo antipiquetes y reforzar sus usinas mediático-judiciales. Así, tanteando el paño y afrontando incluso protestas multitudinarias, el oficialismo fue saliendo airoso de las escaramuzas, aun en el empate, neutralizando a los oponentes y salvaguardando una hegemonía que saben difícil de plasmar.
Macri Gato
En pleno sondeo de calle, durante mayo de 2016, ocurrió la detención de Luis Llanos. Fue en Calilegua, a un kilómetro de Libertador General San Martín, en la provincia de Jujuy (allí donde de modo insospechado triunfó el gobernador radical Gerardo Morales, aliado del gobierno PRO que encarceló a Milagro Sala). Macri visitaba la provincia y allí Luis Llanos pudo acercarse al presidente para decirle “gato”, más precisamente gritarle “Macri gato”.
El tanteo y la exageración hicieron que policías se llevaran detenido a Llanos. Un allegado filmó la detención que terminó viral en las redes: “Detenido por decirle gato a Macri”. Desde entonces y por error propio de tanteo, “Macri gato” se hizo popular y no deja de irritar a las usinas de marketing PRO. “Macri gato” se convirtió en uno de los más efectivos rasguños a la marca PRO.
Porque es conciso, corto, concreto, pregnante, fácil y pegadizo, porque reúne todas las características que busca un publicista. Porque es malicioso, sarcástico, socarrón, arrabalero y vulgar; pero no obsceno: puede decirse en un salón, en una peluquería, en la televisión. Y todos saben que es una despección (despectivo), un desprecio. Paradójicamente surgido a partir de la exageración oficial, la exageración en la salvaguarda de la investidura presidencial, “Macri gato” se convirtió en un signo, un guiño de complicidad, la manera más efectiva y sintética de considerar y decir que Macri no es digno de la investidura presidencial.
Ahora bien: segunda paradoja. Propios y extraños saben y se delimitan a partir de “Macri gato”, a favor y en contra; ofendidos, agraviados y provocados versus alegres burladores. No obstante pocos saben qué significa “Macri gato” o, más bien, qué significa el calificativo “gato” aplicado a Macri.
Para no discontinuar la línea de pregnancia y concisión diremos que en el sentido aplicado, “gato” significa “ladrón nocturno”. Es una acepción que deriva de la jerga delictivo – lunfarda del antiguo Buenos Aires.
Inmediatamente adjuntamos una segunda acepción que amplía el significado: “cómplice que se esconde en una casa para facilitar la entrada del ladrón”.
Si hace falta aclarar y conjugar el significado hacia “Macri gato” diremos que Mauricio Macri es quién, servido de la investidura presidencial, facilita la entrada de los capitales extranjeros al país y de los capitales privados al Estado argentino (con las consecuencias que ello genera).
Ya sintetizado el significado de “Macri gato” podemos ahora contar que en lenguaje carcelario “gato” es un insulto. “El 'gato' es el que trabaja para otro. Es despectivo. El que hace un trabajo a cambio de algo, un trabajo subordinado”, dice Leandro Halperín (abogado experto en temas carcelarios que realizó docencia universitaria en cárceles). “El gato es el que sirve a otros en el pabellón”, dice Oscar Conde (miembro titular de la Academia porteña de Lunfardo, de la Academia Nacional del Tango y docente universitario).
Rodolfo Bellone, desde su sitio La Corriente Avanza, explica que “en el lenguaje carcelario, que se nutre profusamente del lunfardo, además de por una afinidad cultural, por la necesidad inicial de cifrar los mensajes, se adoptó el término rápidamente adecuándolo a las necesidades particulares. Así, en la “tumba”, el “gato” es el “mulo” del “poronga” de la “ranchada”, es decir que es el sirviente del jefe del pabellón.
El “gato” ejerce una autoridad prestada ante los demás, que paga con su servilismo ante el jefe, que a su vez, deja en claro todo el tiempo y frente a todos, quién es el jefe y que el respeto requerido para con el “gato”, es en realidad, para con él. El “gato” es el que recauda para el jefe y su bienestar recae en la eficacia de su acción, por lo tanto, es muy celoso e impiadoso en su trabajo. El “gato” por sobre todas las cosas, desprecia al que está en inferioridad de condiciones y admira a quien lo utiliza. El “gato” no es un esclavo que quiere ser libre, es un esclavo que anhela ser esclavista. Lo más ajeno a un “gato” es la solidaridad".
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