Dolarización en Macrilandia.


En agosto de 2016 el Banco Central eliminó la última restricción que existía para la compra de dólares en el mercado oficial de cambios. La medida solo podía favorecer a la elite más acomodada de la Argentina, aunque sus consecuencias recaerían sobre todo el país. La familia del presidente Macri y varios de los integrantes del gabinete se cuentan entre los beneficiados por aquella resolución de Federico Sturzenegger, dado el volumen de las fortunas que exhiben en sus declaraciones juradas. Los principales banqueros, los industriales de los mayores holdings empresarios, los dueños de enormes explotaciones rurales lo venían reclamando y el Gobierno, junto a la autoridad monetaria, se lo concedieron: ya no hubo más tope para adquirir divisas, ni obstáculo alguno para sacarlas del país. El límite que se removió era el que prohibía comprar más de 5 millones de dólares por mes, por lo cual si alguien quiere hacerse de cifras superiores a ese monto ya no hay nada que se lo impida. Como es obvio, solo un puñado de acaudalados tiene la posibilidad de dolarizar sus excedentes en semejantes proporciones. El Gobierno nunca explicó cuál sería la utilidad social de esa medida, qué mejora para las cuentas nacionales podía suponer entregar divisas que el país no genera a los sectores más concentrados. No lo explicó porque no existe ninguna. Todo es a pérdida. La contracara del déficit en moneda dura que sufre la economía es el endeudamiento desmesurado que ha producido el Gobierno en dos años y medio de gestión, así como la necesidad de captar dólares especulativos para compensarlo a altas tasas de interés. Como se aprecia en estos días de tensiones cambiarias, la dependencia de esos canales de financiamiento genera una vulnerabilidad extrema, que provoca situaciones de desestabilización en cuanto surge algún traspié. Agigantar ese desequilibrio abriendo el grifo para que unos pocos puedan adquirir todos los dólares que quieran, ya sin siquiera el techo de 5 millones mensuales, es parte de la política de transferencia de ingresos hacia una cúpula del desgobierno de Cambiemos, que ha llevado a una crisis de la que el resto de los ciudadanos son víctimas.

El presidente Macri se presenta ahora ante la sociedad para avisarle que habrá que acelerar el ajuste fiscal por imposición de los mercados. Sin embargo, de aquella medida de agosto de 2016 que sigue vigente a pesar de la emergencia por la falta de dólares no dijo una palabra. En promedio, todos los meses esos millonarios le sacan al Banco Central 216 millones de dólares por compras brutas de billetes. En total, desde agosto de 2016, han sido 4320 millones de dólares de acuerdo a la información que publica la autoridad monetaria en su balance cambiario. Para tener dimensión, el “salvataje” de los fondos Blackrock y Templeton con la compra de bonos Bote del martes pasado, para pasar el test de las Lebac, fue por unos 3000 millones de dólares. Frente a esto: ¿es necesario seguir gastando divisas para que los más ricos reduzcan costos en la dolarización de carteras? ¿Se le puede pedir más sacrificios a los devaluados salarios de los trabajadores mientras en el otro extremo la fiesta sigue como si nada? Son interrogantes que la prensa adicta no le transmite a Macri y sus ministros cuando participa de sus conferencias de prensa, en las que otros medios son ninguneados a la hora de seleccionar quién pregunta. Otra consulta obvia es cuándo piensan traer sus dólares al país los miembros del Gobierno que le imponen al resto de la sociedad un plan de ajuste que hasta ahora ha sido de shock y que, luego del stand by con el FMI, será una mochila de plomo para la producción, el consumo y el empleo.

El nivel de alarma entre los argentinos es tan grande al ver la inconsistencia de la política económica que pocos alcanzan a reaccionar para advertir que lo que se supone una solución, el entendimiento con el Fondo Monetario, no hará más que profundizar la desigualdad social y generar un persistente clima recesivo. Como siempre, las autoridades, el FMI y los mercados le echarán la culpa de esa situación a las leyes laborales “poco flexibles”, a la carga previsional, a los salarios que no son competitivos, a la “industria del juicio”, a los subsidios que todavía queden en servicios públicos, a las jubilaciones de docentes y científicos, a todo lo que sea, en definitiva, derechos básicos de las mayorías populares. No es difícil anticiparlo, dado que ya pasó tantas veces en la Argentina con las mismas políticas y los mismos personajes. Como el destino inexorable de ese plan es otra vez el fracaso, la oposición haría bien en apurar los trámites para constituir una alternativa de poder antes de que el mensaje de la antipolítica se reinstale con el que se vayan todos.

Como se viene escribiendo insistentemente en este diario, el talón de Aquiles de la economía es el déficit externo, la insuficiencia relativa de divisas. Negociar ahora un nuevo blindaje con el FMI y otros organismos multilaterales no cambiará en nada esa situación. Solo permitirá que los ganadores del modelo sigan retirando dólares hasta que se agoten los recursos del potenciado endeudamiento. Al final del camino, por más que desaparezca el déficit fiscal, la hemorragia de divisas volverá a generar una situación explosiva. Aquellos que embolsan más de 5 millones de dólares al mes son siempre los primeros en apurar las compras cuando ven venir el estrangulamiento externo. En marzo, por ejemplo, elevaron la adquisición hasta 285 millones de dólares, frente a los 89 millones de febrero y los 116 millones de enero. En diciembre, antes de que la cotización del billete verde empezara a moverse con intensidad, habían comprado 546 millones. Fueron apenas unas 100 personas, que pagaron a razón de 18,5 pesos esos billetes que ahora cotizan a 25, obteniendo ganancias extraordinarias. Pasado mañana el Banco Central publicará las cifras de abril, pero fuentes del mercado anticipan que el número de compra de divisas para formación de activos externos marcaría un nuevo record.

Desde que el Gobierno eliminó el llamado “cepo” cambiario, la tendencia de adquisición de divisas fue siempre en aumento. Entre enero y diciembre de 2016 la compra bruta de billetes fue de 19.665 millones de dólares, a un promedio de 1639 millones por mes. En igual lapso de 2017 la cifra se catapultó a 32.796 millones o 2733 millones por mes. Y entre enero y marzo de este año fueron 8291 millones, a razón de 2764 millones por mes. Los números de abril y mayo seguramente elevarán aún más la marca, dado que el comportamiento de los ahorristas cada vez que hubo corridas cambiarias fue volcarse con mayor intensidad a la incorporación de divisas. A este factor estructural de desequilibrio del sector externo se suman otros: el déficit comercial record por la avalancha importadora, el déficit de turismo y gastos en el exterior, el pago cada vez más alto de intereses de la deuda externa y la remisión de utilidades de las multinacionales a las casas matrices. El Gobierno ignoró estos elementos que fueron cavando la fosa de su modelo económico porque contaba con financiamiento de los mercados, tanto para la colocación de títulos públicos como para captar capitales especulativos con las tasas por las nubes. Cuando el esquema finalmente crujió, apareció el Fondo Monetario para negociar una renovación del crédito. La pregunta que queda flotando cuando estas divisas también se acaben es si volverá el proyecto que el establishment financiero no pudo imponer después de la debacle de 2001: la dolarización.

David Cufré

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