El neogolpismo.


Hace un lustro (Página/12, 13-7-09), y a raíz de las características de algunos de los golpes de Estado ocurridos en el mundo desde el inicio del siglo XXI, señalé que era momento de matizar y ampliar la definición habitual de golpe de Estado que prevaleció durante el siglo pasado y que remite al hecho de que los militares desplazan por la fuerza a un gobierno establecido. Usualmente las fuerzas armadas, con algún tipo de apoyo civil, inician una serie de presiones directas sobre, por ejemplo, un gobierno electo democráticamente. A esto le sigue un conjunto de reclamos más ostensibles y luego amenazas elocuentes. En un momento dado, y tal como lo supo explicar Samuel Finer en un texto clásico (El hombre a caballo), se produce el derrocamiento violento de un determinado gobierno. En América Latina, el golpe de Estado implicó la irrupción brutal de las fuerzas armadas que, contando con el apoyo de sectores sociales clave y el impulso o tolerancia externa (particularmente de Estados Unidos), procuraba fundar un nuevo orden político.

A pesar de que aún persista el golpe de Estado convencional, el neogolpismo es una modalidad formalmente menos virulenta, encabezada por civiles (con soporte implícito o complicidad explícita de los militares) que, preservando cierta apariencia institucional y sin involucrar de manera directa a actores externos, pretende resolver, al menos de entrada, una encrucijada social y política crítica que incluso puede derivar, en el peor de los casos, en una guerra civil.

Similitudes y diferencias

Varios elementos caracterizan el neogolpismo. Por lo general, se trata de fenómenos graduales: no tienen la dinámica vertiginosa que les imprimían los militares a los golpes de Estado sino que poseen la lentitud de los procesos intrincados en los que acciones variadas de diversos grupos civiles van configurando precondiciones para la inestabilidad. En el caso del golpe de Estado convencional sobresale la ejecución de un alzamiento expeditivo; en el caso del neogolpismo, la gestación de un caos dilatado. En el primero, prevalece el cuartel; en el segundo, la calle. A su vez el “lenguaje” neo-golpista no remite a proclamas y provocaciones abiertas típicas del golpismo tradicional. Se tiende a invocar la noción de una imperiosa salida “institucional”, “constitucional” o “legal” ante los presuntos equívocos, arbitrariedades y dislates del gobierno establecido. Los viejos golpistas descreían de la democracia y suponían que el Estado y la sociedad debían ser plenamente reorganizados. Los neogolpistas remarcan que el empujón final para destituir al gobernante y la coalición de turno es necesario para salvaguardar la democracia. Los golpistas del pasado y los actuales abrazan, con discursos retóricamente distintos pero sustantivamente idénticos, el llamado “cambio de régimen”.

En un plano más amplio, el golpe de Estado convencional típico de la Guerra Fría se produjo en circunstancias de una intensa disputa bipolar en la que la atención por la estabilidad entre Estados Unidos y la Unión Soviética era más trascendental que el interés por la democratización. El neogolpismo se produce en un escenario post 11 de Septiembre en el que es manifiesto el estancamiento y, más recientemente, la retracción democrática y el aumento de la desigualdad.

En este sentido, la persistencia y multiplicación de variaciones de autoritarismo, por un lado, y el ensayo contradictorio de formas de democracia mayoritaria, por el otro, han generado un contexto fluido y complejo en el que el neogolpismo se inclina por lo primero porque percibe lo segundo como peligroso. Como su antecesor, el neogolpismo es básicamente restaurador aun cuando se presente con un formato y un lenguaje distintos.

Dar cuenta de estos cambios es hoy fundamental para poder saber a qué nos referimos y a qué nos enfrentamos cuando ocurre lo que ha venido sucediendo en nuestra región y en el mundo.

Juan G. Tokatlian, Director del Departamento de Ciencia Política y Estudios Internacionales de la Universidad Di Tella, para Le Monde Diplomatique.

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