Entre los medios y el ajuste.



Cuando más tarde o más temprano se escriba la historia de estos primeros tiempos de la administración macrista, debería ocupar un lugar de privilegio la impresionante protección mediática de que goza.

Se habla poco de eso, por fuera de los escasos circuitos comunicacionales que representan voces opositoras, y no podría ser de otra manera porque nadie se dispara a los pies: lo que llegó al gobierno es un bloque de poder, no un segmento, y en ese equipo los medios de alcance masivo tienen un rol fundamental. Son condición necesaria para el adormecimiento, lo cual no significa que obligatoriamente les vaya a ir bien a mediano plazo e incluso al corto. De hecho, como lo revelan ya algunas encuestas, la grosera escalada inflacionaria comenzó a hacer mella en la todavía alta aceptación popular que beneficia al oficialismo. Pero, unido a que el levantamiento de las restricciones cambiarias provocó efecto de alivio en la clase media, más la exitosa táctica de asociar al kirchnerismo -exclusiva y violentamente– con un antro de corruptela generalizado, más el desmadre en las huestes peronistas con sus horribles pases de factura internos, más que sigue habiendo el verano climático y conceptual, la tarea anestesiante de las corporaciones mediáticas no completa el combo sino que lo constituye desde el lugar donde todo lo anterior se direcciona a esperanzarse ¿en qué? En que los signos, firmes, de una economía encaminada hacia la recesión, no deben ser tal cosa y sí la natural consecuencia de que el Gobierno recién está acomodándose. A decir verdad, rige mucho más que resguardo periodístico a favor de la derecha gobernante. Hay manipulación y falseamiento, directamente; y, como el que avisa no es traidor, y Cambiemos vaya si avisó, la réplica puede pasar, candorosamente, por cuestiones de honestidad profesional. El resto es ingenuidad política. Si alguien creyó con seriedad en una nueva etapa, de periodismo impoluto, vegetariano, ajeno a la guerra de negocios y/o complicidad entre los grupos que lo vertebran, tal vez el psicólogo –y no cualquiera– sea una buena opción. En la faz institucional, descabezaron a manu militari una ley de medios que, con todos sus (graves) errores implementativos, después de 26 años había significado un nuevo contrato social de cara a pretender un mejor acceso a la información pluralista. Le abrieron la puerta a una desregulación que socorre a monopolios y oligopolios de prensa, de un modo que no existe en ningún país occidental de tradiciones liberales.

El correlato de ese esquema en la comunicación cotidiana de los grandes medios es abrumador. Cabe insistir en su imperfección a futuro y hay en eso una analogía con lo ocurrido en el menemato. También durante el propio kirchnerismo. Clarín tiró al riojano a la basura después de que sirviera a sus intereses, una vez que las circunstancias político-sociales ya no resistían para seguir sosteniéndolo; y los K afrontan ahora otro tanto, con esos empresarios pasajeramente aliados que fueron su estrategia madre, tras el conflicto con la gauchocracia, para oponerse a la corpo y sus amigos. Hoy no sirven y el kirchnerismo paga el corolario de, al margen de las conveniencias momentáneas, no haber armado por abajo una estructura, profesionalizante, sustentable en lo económico, con mejores condiciones de sobrevivencia. Nada demasiado diferente –más bien lo contrario– a lo sucedido con el liderazgo excesivamente vertical de Cristina. Esa ausencia de base orgánica se paga hoy con tropas desperdigadas en el desconsuelo, antes que con una firmeza militante capaz de dar respuesta en los gremios, en los barrios, en las villas, incluso en los ámbitos académicos y en los propios medios. Por allí se cuela que la prensa más hegemónica que nunca titule en tapa, impunemente, acerca de un aumento del 15,35 por ciento a los jubilados, como si fuese una gracia macrista y no la aplicación automática de la ley de movilidad previsional sancionada en el kirchnerismo. Por allí se destaca que Macri habló de una “inflación a niveles inaceptables”, como si fuera un reconocimiento de lo que acontece desde que él asumió, mostrándolo cual líder dispuesto a tomar el toro por la astas, y no su frase literal de que la inflación está a niveles inaceptables desde la administración K. Por allí resulta que el infantil jueguito para la tribuna de anunciar una App, a fin de controlar la canasta familiar, es presentado como un combate decisivo contra los formadores de precios. Por allí sucede que al Plan Canje de acotar reclamos en paritarias a cambio de no echar gente, con el aval de Moyano, Barrionuevo, Venegas, Cavallieri y Cía., se le llama responsabilidad gremial. Por allí transcurre que toda la problemática del Estado se reduce a desprenderse de ñoquis. Por allí se invierte en que el deslizamiento de ropa interior frente a los buitres es el costo envaselinado de reingresar al mundo. Por allí se relega a párrafos recónditos que la zanahoria determinante con los burócratas sindicales es devolverles una parte sustantiva de los fondos para las obras sociales. Por allí importa más la fractura del peronismo entre sus políticos modernos y adaptados –como se dicen Urtubey y Bossio– y la patota de La Cámpora enviudada, que un horizonte próximo de mercado interno y consumo hechos pelota; todavía no se sabe, o reconoce, a basa de cuál futuro que no sea el ajuste por el ajuste mismo. Y desde ya, por allí son temas noticiosos centrales que la Primera Dama, la canciller y funcionarios varios hacen cola en el supermercado, que Daniela Cardone embalsamó al gato y que los funcionarios de Casa Rosada deben pagarse los almuerzos. Lo demás siguen siendo fotos. De gobernadores que sonríen mientras la plata sólo se destinó a Capital, Chaco y Jujuy, que es decir respectivamente una de las dos vidrieras clave, la provincia de uno de los gobernadores que impulsó la ruptura en Diputados del bloque kirchnerista y la del aliado radical que encarceló a Milagro Sala. Fotos de intendentes bonaerenses que sonríen, mientras esperan que Vidal tire una soga gracias a que endeudará a la provincia en dólares a proveer desde un exterior que sigue mirando para el costado y desde unos agroexportadores que persisten en no liquidar la totalidad de sus divisas sojeras. Fotos de gremialistas que igualmente se presentan sensibles al llamado de “prudencia” que formuló Macri. Fotos de todos sonrientes y, si no, no se publican.

En medio de la notable pero no insólita victoria simbólica del Gobierno, asimilando todo lo que referencie al Estado con ñoquis pícaros y perversos, también se cuela como ejemplo lo que el colega Javier Lewkowicz resumió el viernes pasado, en este diario, a través de su artículo sobre el diagnóstico/receta repetidos que debían regir para acabar con la inflación: elevada emisión monetaria, descontrol del gasto público, falseamiento de estadísticas oficiales, cotización artificial del dólar, productores a la espera de reglas de juego claras. Entonces: devaluaron bárbaramente y como si poco fuera eliminaron retenciones agropecuarias. Se dieron el lujo de producir un “apagón estadístico”, no sea cosa de medir la inflación tan seriamente como querían; si antes era el Indek, ahora ni siquiera eso. El dólar oficial no afectaba prácticamente a nadie, decían. Se dejó de emitir a lo pavote, dicen. Y echando ñoquis se ajusta al Estado como corresponde. Era la herencia, como señala Lewkowicz. Pero lo cierto es que “el Gobierno desmanteló las herramientas de control de precios, redujo Precios Cuidados, echó a todos los trabajadores de la Secretaría de Comercio que hacían el estudio de los precios de bienes masivos; y nombró al frente a Miguel Braun, sobrino del vicepresidente de la Asociación de Mercados Unidos. Sigue devaluando el peso y promete más subas de tarifas, pero solicita responsabilidad a los empresarios”. A más, las señales externas van a contramano de lo ¿esperado?, con un mundo financiero internacional en shock por el desaceleramiento chino, la caída alucinante de los precios del petróleo, los grandes bancos privados en dificultades por el arrastre del panorama con el Deutsche Bank a la cabeza, las previsiones de la FED apuntando a depresión de la economía mundial. En ese orden o en el que se quiera, véase el contraste. Cuando el kirchnerismo aprovechó la bolada del buen escenario internacional, con los precios de las materias primas por las nubes y la captación de renta agropecuaria para dinamizar el mercado interno, simplemente usufructuó condiciones ajenas. Pero ahora, cuando la atmósfera mundial cambió a reversa, resulta que lo que en la gestión anterior fue mera táctica se transforma en dificultades externas que deben comprendérsele a la derecha. Esto es: antes fue cosa de beneficiarse y listo con el viento de cola, como si con ese mismo soplo el neoliberalismo de los noventa no hubiera destruido al país. Y ahora es asunto de comprender y ajustar, como si las ajustadas fuesen las clases dominantes.

Nada de lo precedente conlleva pronóstico de apocalipsis universal o local alguno. Si algo demuestra la historia es la capacidad del capitalismo para reconstituirse desde sus crisis cíclicas, excepto para las visiones ultras de sectas izquierdoides y juguetonas que sólo ven lo que apenas miran. Y para el caso argentino, hace unos quince años fue necesario que confiscaran los ahorros de la clase media para un estallido que después se reabsorbió aunque dando espacio a la anomalía K. Muy lejos de eso y para reiterar lo que hoy se oculta, la herencia clave del kirchnerismo es haber dejado un bajísimo endeudamiento en dólares, casi inédito en los países en vías de desarrollo, y salarios altos en el sector formal de la economía. Fortísima paradoja: el bloque de poder gobernante es beneficiario del populismo que denuesta. Significa que esta experiencia de derechas, novedosa entre nosotros en tanto arribó por vía democrática, tiene paño para cambiar la ecuación y extraer tanto de las clases populares cuanto de las franjas medias que votaron contra sus propios intereses. Paño para ajustar.

Lo que sigue es una incógnita entre la capacidad de reacción de los ajustados, a espera de un liderazgo reasumido, y el ataque de una derecha de la que no se conocen sus proporciones entre bruta e inteligente. No hay respuesta segura. Nadie la tiene. Es, también reiterado, sólo la certeza de las preguntas.

Eduardo Aliverti, Página 12, 15 de febrero 2016.

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