Logro PRO: Baja de salarios.


La inflación de 2016 superó holgadamente los 40 puntos. En lo que va de 2017 ya estaría, de acuerdo a los abundantes relevamientos privados, por encima de los 2 puntos mensuales. La suba habría sido fuerte incluso en febrero, un mes tradicionalmente calmo. La meta del 17 por ciento para el año en curso ya no existe ni en la más afiebrada imaginación de los funcionarios del Banco Central. Mientras tanto el gobierno, cuyo máximo representante demostró ser capaz de las afirmaciones más disociadas con la realidad, sostiene que uno de sus logros fue el combate contra la inflación. Pero además, y esto es lo que realmente importa, la disparada del nivel general de precios no fue ni remotamente compensada por las paritarias, como sucedía bajo la administración anterior. El resultado fue la caída del poder adquisitivo del salario de entre el 6 y el 10 por ciento según los sectores, lo que se tradujo en la fuerte caída del consumo y, consecuentemente, de la actividad económica y el Producto.

Desde su asunción, la Alianza PRO puso en reversa el efecto multiplicador de los componentes de la demanda e indujo una recesión sin fin. No se debió a ningún error, ni de diagnóstico ni de políticas. Su objetivo principal fue bajar la participación del salario en el ingreso y lo consiguió en tiempo récord. Fue por espíritu de clase y por su creencia ideológica de que salarios más bajos alentarían la inversión. En cualquier caso, se trata de un verdadero logro si se consideran las condiciones iniciales con bajo desempleo y sindicatos fuertes.

Los instrumentos empleados fueron tres: asustar con la pérdida del trabajo, generar expectativas de baja inflación y lograr paritarias por debajo de los aumentos generales de precios. Lo extraordinario es que sucedió en democracia, es decir con el respaldo del voto mayoritario de quienes resultaron ajustados, con una proverbial pasividad de la cúpula de la CGT y con el persistente trabajo de legitimación de los medios de comunicación.

Una digresión teórica necesaria: 2016 y los que va de 2017 fue una etapa signada por la caída de la demanda y, casi todo el tiempo, por la restricción monetaria. Sin embargo, la inflación se mantuvo en niveles muy altos. Se trata, una vez más, de datos duros que deberían derrumbar las teorías zombis de la inflación de demanda, incluido su caso particular de la inflación monetaria. Pero se sabe que ello no sucederá y que, a pesar de la muerte de sus capacidades explicativas, seguirán vivas. Salvo situaciones excepcionales de pleno empleo de los factores productivos, la inflación es siempre un fenómeno “de costos” no “de demanda”. Los aumentos generalizados de precios se explican por las subas de “precios relativos”, aquellos que componen la mayoría de los precios de todas las cosas. Se pueden sintetizar en tres: los salarios, el tipo de cambio, y las tarifas, que incluyen a la energía y los combustibles.

Durante buena parte de la etapa kirchnerista la causa principal de la inflación fue la puja distributiva, es decir, los aumentos de salarios. Sólo en períodos acotados, como en 2014, se sumó el tipo de cambio. Las tarifas, en cambio, siempre jugaron a favor. Bajo la actual administración la inflación se explicó en 2016 por la combinación del shock devaluatorio iniciado a fines de 2015, agravado por la eliminación y disminución de aranceles a las exportaciones, más la fuerte suba de tarifas. Los salarios, en cambio jugaron a favor, pero su recorte nunca se trasladó a precios inflexibles a la baja, sino a ganancias. Al menos desde mediados del año pasado y durante el año en curso, jugó y jugará a favor el tipo de cambio, situación que ya comenzó a ser denominada como atraso cambiario, una señal de alarma en un contexto de apertura importadora. El principal factor inflacionario será la continuidad de la suba de tarifas de todo tipo, como ya se vio en servicios públicos, combustibles y peajes. Para saber qué sucederá con los salarios 2017 habrá que esperar que transcurra marzo. No está claro aun si el poder sindical aceptará la continuidad de los recortes o si seguirá, como en 2016, negociador y comprensivo con el régimen neoliberal.

Los hechos descriptos hasta aquí son conocidos. Lo notable, lo que rompe las predicciones lógicas, es que el gobierno busque repetir la proeza y la metodología de continuar bajando salarios también en 2017, un año electoral en el que la estrategia será menos gratuita. Cualquier político racional, incluso uno muy consustanciado con el programa de ajuste de la actual administración, aconsejaría para los próximos meses, moderar el animal spirit hasta 2018. Es decir, seguir la metáfora del zigzag de la navegación a vela empleada por los economistas más dúctiles; ajustar en los años pares, los no electorales, y relajar en los impares, los electorales. Más aun cuando en 2018 el ajuste será una consecuencia inevitable de las nuevas responsabilidades asumidas en materia de pagos internacionales.

El discurso marciano del hijo de Franco Macri de esta semana mostró en cambio que la voluntad no es el cambio, que 2017 seguirá el rumbo de 2016 y que el verdadero enemigo del gobierno, como lo demostró la burla pública e impune a un sindicalista amenazado de muerte, son los trabajadores, especialmente los “kirchneristas amenazantes” y organizados que intentan poner palos en la rueda del capital para evitar la poda constante de salarios.

Aunque un escalón más abajo, el mecanismo volvería a ser el mismo: paritarias por debajo de la inflación. La única duda, como se dijo, es si nuevamente se contará con la complicidad de la dirigencia sindical y la pasividad de los ajustados, los supuestos empoderados de la pesada herencia.

Claudio Scaletta, Página 12.

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